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Para qué pausar nuestro tiempo

AUTOR: PROF. LIC. OLGA R. ORO


En contexto de aceleración y prisas, muchas veces soñamos con apretar el botón de pausa, detener esa velocidad que nos genera angustia y sensación de estar siempre en falta, con alguna agenda real o supuesta.

Mucho se discute en círculos intelectuales si el tiempo es real o pura dimensión personal, subjetiva. Teniendo en cuenta que el mundo se tiñe de significados a partir de la presencia de las personas, entiendo que es una discusión que tiene de antemano una respuesta. Las cosas cambian, evolucionan, se vuelven decrépitas y ello es indicativo del paso del tiempo. Sin embargo no creo que sea eso lo que nos genera inquietud, sino que más bien la misma se vincula a que no soportamos que el discurrir de las horas y los días no sean proporcionales a los objetivos que acompañan nuestros anhelos.

¿Son todas las prisas del mismo valor? Definitivamente no. Algunas simplemente tienen que ver con corridas cotidianas que cubren necesidades básicas de la vida. Pero las personas también sabemos de necesidades superfluas y de las apasionantes, las trascendentes, que nos llevan incluso más allá de este mundo en la persecución del cumplimiento de esa tarea de vida que nos patentiza que somos únicos, como es único el aporte que dejaremos cuando hayamos partido definitivamente. Entonces, en realidad valdría la pena correr -incluso angustiados sintiendo que el tiempo será insuficiente- cuando se trate cumplir con ese para qué que nos plenificará, acercándonos al sentido de nuestra vida.

Pausar el tiempo, volverlo lento, vivir una vida slow sólo será factible cuando seamos capaces de descubrir, conectándonos con nuestra espiritualidad más elevada, ese sentido trascendente. Desde él nos volvemos capaces de establecer prioridades y hasta tomamos coraje para dejar de correr detrás de las metas ficticias que nos seducen desde el mundo. Metas, por otro lado, traicioneras porque nos alejan de lo esencial, nos sumergen en ansiedades que no nos son propias, y porque aún en el caso de alcanzarlas, no harán que cese la sana tensión que emana del sentido. Sentirnos atraídos por él dista mucho de correr perseguidos por nuestra propia sombra y la de otros. Nos eleva, nos enaltece, hace que incluso la edad de la vejez sea la de la cosecha, como afirmaba Víktor E. Frankl, guardada en el granero de las buenas decisiones, ésas que se maduran en el tiempo lento, que tienen solera y sostienen la vida. Nos vuelven capaces de pausar el tiempo, o de acompañar su paso, porque en él vamos forjando, plasmando, autoconfigurando nuestra identidad no mirando el reloj, sino de cara al Sentido.

PROF. LIC. OLGA R. ORO

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